Domingo de Ramos 2020

¡Grita Hosanna y vive para nuestro Señor en el servicio!

Domingo de Ramos 

Mateo 21, 1-11

Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagué, al monte de los Olivos, Jesús envió a dos discípulos con este encargo: «Vayan a la aldea que tienen enfrente, y ahí mismo encontrarán una burra atada, y un burrito con ella. Desátenlos y tráiganmelos. Si alguien les dice algo, respóndanle que el Señor los necesita, pero que ya los devolverá».

Esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por el profeta:

«Digan a la hija de Sión:
“Mira, tu rey viene hacia ti,
humilde y montado en un burro,
en un burrito, cría de una bestia de carga”».[a]

Los discípulos fueron e hicieron como les había mandado Jesús. Llevaron la burra y el burrito, y pusieron encima sus mantos, sobre los cuales se sentó Jesús. Había mucha gente que tendía sus mantos sobre el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las esparcían en el camino. Tanto la gente que iba delante de él como la que iba detrás gritaba:

—¡Hosanna[b] al Hijo de David!

—¡Bendito el que viene en el nombre del Señor![c]

—¡Hosanna en las alturas!

10 Cuando Jesús entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió.

—¿Quién es este? —preguntaban.

11 —Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea —contestaba la gente.

Este pasaje es el qué compartimos generalmente en domingo de Ramos, que nos describe la entrada de Jesús a Jerusalén, en muchos casos es conocida como la entrada triunfal emulando a como se hacía referencia a los Césares, emperadores y reyes en la época Antigua cuando ganaban una batalla que ampliaba los dominios de un imperio o una nación.

De manera triunfal eran recibidos por el pueblo, que salía a buscar al ejército victorioso con el líder que llegaba a la cabeza, era la costumbre de la época.

Pero esta entrada es diferente, no hay soldados muertos que entregaron sus vidas por la codicia y el deseo de poder de un rey o un pueblo, no hay deseos de mostrar magnificencia ni extravagancia, sino que hay únicamente el deseo de mostrar la llegada del mensajero más importante, hijo de Dios que viene a cumplir su misión. Y lo viene a hacer de una manera particular, en humildad sobre aquel burrito que estaba en el fondo de la casa de una Aldea sencilla.

A partir de este pasaje me gustaría ir en el tiempo e imaginar aquella Jerusalén que recibía a Jesús, a su gente. Aquellos que fueron impresionados de dos maneras ante su entrada, aquellos que lo recibieron con alegría y otros que miraron con preocupación este hecho.

Por un lado, existieron aquellos que vieron cumplirse la profecía de “Zacarías 9. 9-10: Canta de alegría, Jerusalén: tu rey viene a ti, justo y victorioso pero humilde, montado en un burro” veían en él la esperanza de salirse de toda opresión extranjera, en este caso enmarcado en el yugo del poder romano, y por otro lado, de la opresora autoridad espiritual ceremonial de los fariseos y maestros del templo que manejaban a su interés la vida espiritual de Israel.  Solo unos pocos se dieron cuenta de los símbolos que el maestro utilizó en su llegada, ni espada que yaciera fuera de una vaina, ni un gran corcel que lo acompañara en su monta.

Pocos lograron entender que la victoria no era la del poder político económico terrenal, sino la victoria del amor que se acercaba a cumplirse.

Incluso sabemos que varios de sus discípulos como Pedro, no llegaron a entender su mensaje a pesar de acompañarlo en todo momento en su vida por este mundo, esto lo vemos en el uso de la violencia cuando apresaron a Jesús, en su incredulidad y en sus propias negaciones.

Es decir que gran parte de aquel pueblo no estaba preparado para entender el mensaje de Jesús en aquella época, incluso los más cercanos, no lo entendieron, solo lo hicieron después de que se consumó su muerte y posterior resurrección solo allí comenzaron creer.

Qué nos pasa hoy; ¿Logramos comprender su mensaje?  A pesar de recibirlo agitando palmas, cantando Hosanna, somos capaces de entender la cabalidad y centralidad de su mensaje. Recordemos que eran muchos los que lo recibieron en esta entrada, y pocos los que lo acompañaron en lo últimos momentos en la cruz.

En la actualidad nos enfrentamos a una realidad muy desafiante por la pandemia del Covid-19 que afecta a todo el mundo y ésta, nos vuelve a la centralidad del mensaje de Jesucristo, por ello volvemos a repasar conceptos como cuidado de todos, las acciones de uno afectan al otro… son centrales en los informativos y en las tandas publicitarias y parecen palabras imposibles de cumplir por lo que se observa por la ventana, cuando vemos la circulación innecesaria de conciudadanos, que parece vivir en su mundo. En los comercios que hacen sus negocios con estas crisis, elevando los precios de los productos de primera necesidad con tal de sacar un poco más de rédito.

Por ello parece que en muchos casos volvemos a ser aquellos fariseos, que buscaban satisfacer sus intereses personales de poder y bienestar económico a costa del pueblo, o como el propio Judas, capaces de traicionar por un poco más de dinero. Lamentablemente, muchos hechos nos llevan a identificar estas actitudes egoístas en este tiempo.

Hoy el Señor nos pide ir más allá de la comprensión de su palabra, nos pide llegar a la acción, a la puesta en práctica de la centralidad del mensaje cristiano para salir de esta situación, que seguro lo haremos.

En nuestro pueblo tenemos muchos testimonios de gente que pone en práctica estas acciones, desde los más sencillos, como es el caso en mi cuadra de un niño de 10 años que se llama Miguel que todos los días pasa por la casa de sus vecinos, ya ancianos, para hacer los mandados y luego volver cantando contento a entregar lo que le pidieron, y cuando llega a su casa dice alegre que ayuda a los demás.

Desde Miguel hasta los trabajadores de la salud que ponen en riesgo la integridad física de sí y de su familia por ayudar a los demás, hasta los trabajadores de los expendios de alimentos entre tantos que si enumero demasiado seguro me olvido de alguno. Todos podemos contribuir en algo para salir de esta crisis.

No precisa para ello, mucho, solo es necesario humildad y amor, como la tuvo Jesucristo cuando entro sencillamente a Jerusalén sabiendo la importancia de su misión, no hizo alarde de ello.

Así hagámoslo, no busquemos reconocimientos ni nada a cambio, sino solamente busquemos ayudar, entregarnos en servicio en cuanto esté a nuestro alcance. Por amor a otros, como nuestro padre nos tuvo a nosotros por medio de su hijo.

La pregunta es ¿Qué podemos hacer acompañados del Espíritu del Señor para contribuir desde nuestro lugar para que logremos juntos superar la adversidad?

Cada uno puede descubrirlo.

 

 


Prof. Iván Gerez
pastor congregación San Lucas, Paysandú

Categorías: Reflexiones