Fe cristiana y política ayer y hoy

Toda religión, y de manera particular el cristianismo, es al mismo tiempo un hecho espiritual y también un hecho cultural, por lo tanto, necesariamente interactúa, de una u otra manera, con la sociedad en sus diferentes dimensiones. Esto significa que la relación entre cristianismo y política es inevitable e indiscutible. Lo que sí se puede y se debe discutir es qué tipo de relación adoptan –de manera consciente o no– las cristianas y cristianos, y las iglesias como configuraciones institucionales de la fe y cuál es el que más se corresponde con la visión y propuesta de Jesús.

 

Entre el hambre y la sed de justicia y el hambre y la sed de poder

Como el cristianismo de hoy es heredero del de ayer, la historia importa y aporta lucidez. A través de la historia podemos constatar tres formatos diferentes de la relación entre cristianismo y política; tres formatos que conviven en el tiempo y que, con las variantes propias de cada momento histórico, atraviesan toda la historia desde la época de Jesús hasta nuestros días.

Formato sacralizador-restaurador. No es casual que se haya acuñado la formula “sociedad occidental y cristiana”; esta expresión pone claramente de manifiesto que existe un orden establecido que, más allá de su racionalidad política y con el propósito de sostener dicha racionalidad, busca legitimación y perpetuación en el cristianismo. Ese orden establecido acaba siendo, entonces, el resultado de una alianza entre los sectores que detentan el poder político, económico y militar con aquellos que forman parte de la institucionalidad cristiana, especialmente con los que la conducen y modelan su comprensión de la realidad. En última instancia, la relación entre cristianismo y política se convierte así en una alianza de poder en la que el cristianismo sacraliza el orden imperante apuntalándolo y restaurándolo cuando este orden se resquebraja o se siente amenazado, mientras que el poder, por su parte, le confiere al cristianismo una posición de privilegio que presuntamente beneficiará el cumplimiento de la misión de difundir el evangelio e instaurar el Reino de Dios.

Este formato sacralizador-restaurador ya aparece de manera incipiente entre los discípulos de Jesús, particularmente en los hijos de Zebedeo cuando, en virtud de la asociación de Reino de Dios y poder, le piden a Jesús ser parte del poder sentándose uno a su derecha y el otro a su izquierda (Marcos 10:35-45). Pero sus puntos más altos en la historia los encontramos a partir del momento en que el cristianismo fue oficializado como religión del Imperio romano y en el régimen de Cristiandad, donde la cruz y la espada se convirtieron en las herramientas de la conquista territorial, ideológica y civilizatoria.

Hoy el formato sacralizador-restaurador ha adquirido renovados bríos en la alianza de los sectores conservadores del poder político, económico, y militar con el fundamentalismo cristiano que se ha volcado a la política con una agenda moralizadora en defensa de los valores de la identidad y tradición nacionales, de la familia nuclear heteropatriarcal y de la propiedad privada como el derecho al que se subordinan todos los demás derechos. El ejemplo más cercano de este tipo de relación entre cristianismo y política se ve en el Brasil de Bolsonaro¹ pero, sin duda, hay otros igualmente notorios y retrógrados, aunque más lejanos en la geografía.

Formato de abstención y aislamiento. Este formato nace como una reacción contestataria al anterior y está encarnado a lo largo de la historia por sectores y grupos del cristianismo que percibieron cómo en la alianza con el poder el hambre y la sed de justicia indefectiblemente se vuelven hambre y sed de poder, corrompiendo la fe y a la iglesia. En medio de esa especie de “mundanización” de la iglesia esos grupos optaron por abstenerse del accionar político y por el aislamiento como forma de preservar la pureza de la fe. A veces esta abstención y aislamiento implicó un abierto rechazo a la política, otras veces simplemente fue considerado un mecanismo de defensa o una forma de presencia testimonial donde el plano comunitario se presenta como el ámbito específico de la fe, volviendo irrelevante y carente de eficacia el accionar sociopolítico.

En el tiempo de Jesús, formaban parte de esta corriente los esenios, un grupo que se había retirado al desierto y que Juan el Bautista seguramente integraba. A lo largo de la historia, los monasterios, como contracara de una iglesia entregada al poder y a la riqueza, constituyen un mojón de esta postura. Más acá en el tiempo, las comunidades de vida, así como las iglesias, especialmente de corte evangélico, que plantearon una absoluta separación entre “las cosas de Dios” y las “del mundo” también le dieron continuidad al formato de abstención y aislamiento.

El problema con este formato es que si bien se presenta cuestionador de la iglesia en su alianza con el poder, al ignorar la relación ineludible entre fe y política, acaba siendo funcional al orden establecido; por otra parte, como consecuencia del aislamiento, fácilmente se convierten en grupos cerrados, y el encierro siempre es una atmósfera propicia para el espíritu y la mentalidad conservadores.

Formato profético. Este tercer formato está en las antípodas del primero porque, en lugar de asumir la perspectiva del poder, su visión se construye desde las víctimas, es decir, desde las personas y grupos oprimidos, excluidos y condenados a cargar las dolorosas cruces sembradas por el orden imperante. Precisamente porque se ubica allí donde la injusticia y el dolor claman, el formato profético posee una esencia cuestionadora que fomenta una conciencia crítica que, al mismo tiempo que pone al descubierto las injusticias e iniquidades de la realidad presente, también hace visible la utilización cómplice de la religión y su falseamiento como instrumento legitimador, en lugar de ser fuerza de redención, dignificación, humanización y transformación que es lo que el
cristianismo invariablemente está llamado a ser.

Por otra parte, el formato profético toma distancia de la abstención y el aislamiento de cara a lo político porque lo profético, en el sentido bíblico al que aquí nos referimos, no devalúa la construcción humana de la historia como si esta fuera permanentemente ajena y opuesta al quehacer y al proyecto salvífico de Dios. Por el contrario, constata que Dios se revela y actúa en la historia alentando a los seres humanos a descubrir los signos del Reino y los desafíos que esos signos estimulan. Y, por supuesto, el ámbito de lo político jamás puede permanecer al margen de dichos signos y desafíos.

Desde la perspectiva profética, las cristianas y cristianos tienen una responsabilidad política: la responsabilidad de ejercer una conciencia crítica que sea capaz de detectar los verdaderos problemas que golpean a la sociedad, sin dejarse llevar temerosa e incautamente por las agendas políticas que engañosamente se postulan como la mejor solución para todos cuando, en realidad, representan los intereses de unos pocos privilegiados y beneficiarios del poder. Una vez puestos de relieve los problemas a los que la sociedad realmente debe enfrentarse, tanto los urgentes como los de mediano plazo, las cristianas y cristianos están llamados a sumar esfuerzos con otros y con otras en la construcción de una sociedad más justa, solidaria, inclusiva y fraterna, confiados en que si
buscamos el Reino de Dios, Dios mismo añadirá la inspiración, la dirección, la esperanza, la paciencia y la fortaleza que, desde lo puramente humano, resultan imposibles.

Porque Jesús encarnó la perspectiva profética, inició su ministerio proclamando aquellas palabras de Isaías que conectan la visión y el compromiso de la fe con un accionar de innegable contenido político:

«El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a predicar el año agradable del Señor». (Lucas 4:16-19)

Dado que nuestra fidelidad también se juega en las consideraciones y decisiones políticas que adoptemos, no puede haber lugar a confusión: ni acólitos del poder ni prescindentes de la esfera sociopolítica, sino una firme conciencia profética que se ve concretada en la revulsiva, inconformista e insaciable hambre y sed de justicia.

 

Los parámetros de la conciencia profética

Hoy estamos en un momento similar al que plantea Deuteronomio 30:15-20: debemos elegir, y para ello hay que discernir entre lo que será de bendición para nuestro pueblo y lo que no. Vale la pena, entonces, enumerar algunos criterios bíblicos que modelan una conciencia profética consistente con el evangelio del Reino, que hace posible descubrir por dónde pasa la bendición.

Los últimos deben ser los primeros (Mateo 19:30 y 20:16).
Cuando se elaboran programas y planes, cuando hay que tomar decisiones, en todos los órdenes de la vida, pero de manera particular en lo político, un dato fundamental es saber reconocer dónde están las prioridades. En tal sentido, el evangelio es claro y categórico: habrá bendición allí donde los postergados y relegados social y económicamente tengan la prioridad. De manera que, ante cualquier propuesta política, la conciencia profética siempre lleva a preguntarse: ¿dónde están puestas las prioridades? ¿quiénes se benefician primeramente con dicha propuesta?

La abundancia debe ser para todos y el único camino para alcanzarla es el compartir (Juan 6:1-13).
En la Biblia, la abundancia es bendición y don de Dios cuando es abundancia para todos; cuando la abundancia se privatiza y queda en las manos de unos pocos se vuelve maldición para los muchos. Por eso, compartir y abundancia, en ese orden, están directamente y causalmente relacionados, es decir, el compartir lleva a la abundancia; cuando invertimos el orden, no sucede lo mismo: la abundancia, por lo general, no lleva a compartir, sino a acumular. Creo que este criterio evangélico profético debe iluminar la discusión y la decisión acerca de si primero hay que generar riqueza para
que luego derrame y alcance a todos o si hay que distribuir mejor la riqueza para poder alcanzar un mayor crecimiento económico.

– Para llegar a la libertad, así como a la paz y la justicia, hay que pasar ineludiblemente por la verdad (Juan 8:31 y 32).
No solo contamos con estas palabras de Jesús en el evangelio de Juan, sino que, además, a lo largo de toda la Biblia se nos previene acerca de la conexión entre verdad, paz y justicia. Tan así es que la ausencia de verdad impide la justicia, y la injusticia detiene a la verdad (Romanos 8:18). No cabe duda de que la sociedad uruguaya tiene una gran deuda con la verdad, una a deuda que hay que saldar de una vez por todas. Solo los programas políticos y los partidos que seriamente asuman la causa de la verdad podrán hacer posible la aspiración a vivir en una sociedad reconciliada que logre sanar esas heridas extremadamente dolorosas que aun siguen estando a flor de piel.

El amor echa afuera al miedo (1 Juan 4:18).
Estas palabras nos llevan a una conclusión de enorme actualidad: la vía para alcanzar mayor seguridad no es potenciar el miedo, sino potenciar la solidaridad social que no se conforma con combatir el delito, sino que se propone una apuesta mayor: incluir, educar, recuperar y transformar vidas atrapadas en los laberintos de la iniquidad. Si se opta por colocar el miedo en el centro de la escena social, la consecuencia será la contraria a la esperada y proclamada, porque el miedo,
querámoslo o no, le abre la puerta al autoritarismo y a una mayor violencia. Por eso, bien añade el texto 1 Juan: el miedo lleva en sí el castigo.

Dios es por todos y en todos (Efesios 4:6).
Si es así, y estamos convencidos de que es así, nadie debe quedar afuera: ninguna persona, sector social o identidad de género deben ser negados y excluidos. La concreción social de esa bendición para todos y todas es la afirmación de los derechos de todas y todos. A mi entender, el gran desafío que hoy se nos plantea social y políticamente es no quedarnos en el reconocimiento de leyes que garantizan derechos, que de por sí ya son algo muy positivo, sino avanzar hacia una cultura de derechos. Si esto no acontece, es de presumir que nos seguirá golpeando la tragedia de los feminicidios, de la violencia contra las mujeres y contra niñas y niños, de los abusos y acosos, del prejuicio y del rechazo a los diferentes.

Sin duda, las próximas elecciones, como cada elección, nos colocan ante el desafío de elegir bien, y para elegir bien, el evangelio nos convoca a una conciencia crítica y nos aporta parámetros que se alinean con el Reino. Aquí he señalado algunos, a mi modo de ver, fundamentales; es tarea de cada una y cada uno discernir si hay otros que es necesario tener en cuenta.

 

Raúl Sosa
Pastor de la Iglesia Metodista Central

¹ Esa suerte de lema acuñado por el bolsonarismo: “buey (poder económico), biblia (iglesias y bancada evangélica) y bala (fuerzas de seguridad y militarismo)” acredita la fuerte presencia del formato sacralizador-restaurador hoy en Brasil.

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