Jesús da de comer a una multitud – reflexión

Marcos 6:30-32

El Evangelio de hoy vuelve a enfatizar que eran tantas las necesidades de las personas que iban y venían, que Jesús y sus discípulos no tenían ni tiempo para comer. Frente al cansancio, Jesús llama a sus discípulos a retirarse a un lugar apartado para descansar. Sin embargo, las multitudes lo vieron en la barca, se apresuraron y llegaron antes que ellos.
Cuando Jesús desembarcó y vio tanta gente enferma, sufriendo y desesperada, tuvo compasión de ellas, porque eran como ovejas sin pastor. Así que comenzó a enseñarles muchas cosas.

 

Compartimos una breve reflexión de Giorgio Zevini, sacerdote Salesiano.

Dios tiene los ojos de amor de Jesús. Es un Dios que ve, que mira, que participa, que ama. Un Dios de ternura desbordante, que percibe la necesidad antes de que se diga, porque lee en el rostro de sus amigos los signos dolorosos del alma y el cansancio de los cuerpos. Jesús no dice «id» a un lugar solitario a descansar, sino «venid»: con él está el verdadero reposo, la penetración en el misterio de Dios que explica todo lo nuestro, nuestro ser antes que nuestro hacer.

Se trata de un mirar y de un dejarse mirar, de un coloquio íntimo y profundo, dulcísimo, restaurador. Y la fuerza que nos llega vuelve a cargar de verdad el paso que debe volver a partir, llena de entusiasmo genuino y generoso cada gesto, cada palabra; sobre todo, proporciona una capacidad de amar que no conocerá el cansancio, como la de Dios.
Porque únicamente el amor -el amor y no cualquier ansia frenética de acción- no se cansa nunca ni necesita reposo; se alimenta de sí mismo y se recupera al infinito, porque participa de Dios.

Un amor capaz de dar la vuelta a todo programa, de hacer saltar por los aires las mejores intenciones de reposo, un amor que no sabe resistirse, que se deja provocar, implicar, comprometerse; que es capaz de compasión.

Dios es así, y así nos quiere a nosotros: «Vio Jesús una gran mutualidad y sintió compasión de ellos, pues eran como ovejas sin pastor». Y, dentro del gentío, la mirada busca a cada hombre y ve la necesidad de cada uno de ellos: «sin pastor», sin verdad, sin libertad, sin afectos, sin casa, sin patria, sin pan, sin trabajo, sin amistad, sin consuelo, sin esperanza. Y Dios se pone a la obra: «Se puso a enseñarles muchas cosas». Y dentro de poco saciará su hambre con unos panes y peces prodigiosos y les prometerá su cuerpo como don para la vida eterna.

Ahora nos toca a nosotros «sentir compasión»…

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