Migración: de los gestos de solidaridad a una cultura de la hospitalidad

A pesar de que, actualmente, no atravesamos tiempos de bonanza económica, la ola migratoria hacia Uruguay –uno de los fenómenos de esta década– no ha cesado. Por el contrario, se ha mantenido de manera sostenida y probablemente tienda a incrementarse.

Continúan arribando personas procedentes de Cuba y Venezuela, especialmente, aunque también, en menor medida, de otros países de América Latina e incluso de lugares más lejanos como África. La diferencia con los años anteriores es que notoriamente llegan en una situación de mayor vulnerabilidad. Este cambio resulta evidente en la migración cubana; además de los varones, que en el inicio arribaban como “adelantados”, con el propósito de traer a sus familias lo antes posible, hoy están llegando, urgidos por la grave situación socioeconómica en su país, núcleos familiares con niños pequeños y mujeres solas que dejaron a sus hijos en Cuba con la esperanza de traerlos lo más pronto posible. Llegan sin documentación regularizada para el ingreso, luego de un largo y azaroso periplo por Guyana y Brasil, que los expone a robos, abusos, maltratos y tráfico de personas. Ingresan a Uruguay por alguno de los puntos fronterizos con Brasil y solicitan refugio, sabiendo que no se les concederá ese estatus, pero con la idea de que, entre tanto se expida la negativa a su solicitud, podrán instalarse, regularizar la documentación y conseguir trabajo. Una vez aquí, con ropa escasa e inadecuada para nuestro clima y con los magros ahorros que han podido traer –en la mayoría de los casos solo les alcanza para mantenerse un mes– se instalan en pensiones donde deben compartir habitación, en el mejor de los casos, con personas con las que emprendieron el viaje o que conocieron durante la travesía. Esta problemática se agudiza por el hecho de que, actualmente, la demora para acceder a la cédula de identidad es mayor debido al incremento de solicitudes, lo cual les añade una nueva dificultad para insertarse laboralmente.

No cabe duda de que esta situación le plantea a la iglesia y a las instituciones cristianas un desafío urgente e ineludible. Un desafío que no solo apela a la más básica solidaridad humana, sino que también nos remite a nuestras raíces e identidad histórica. Tengamos presente que el cristianismo surgió en el marco de duras experiencias de migración registradas tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Como memoria y signo de identidad, afirma el Deuteronomio:

Mis antepasados fueron un pequeño grupo de arameos errantes, que emigraron a Egipto y se quedaron a vivir allí, convirtiéndose después en una nación numerosa.
(Deuteronomio 26: 4 y 5)

Por su parte, el Nuevo Testamento nos recuerda que la familia de Jesús tuvo que salir del país por la persecución de Herodes (Mateo 2:13) y que Jesús nació en un establo porque no había lugar en la posada debido al movimiento migratorio originado por el censo impuesto por Augusto César (Lucas 2:1-7).

Este desafío a la solidaridad requiere, en primer lugar, atender las situaciones de mayor urgencia. En tal sentido, aquellas congregaciones metodistas que, por su ubicación reciben a personas y familias migrantes, ya están respondiendo, de acuerdo con sus posibilidades, proveyendo ropa, alimentos, escucha y afecto. Al mismo tiempo, la Junta Nacional de Vida y Misión ha decidido abrir próximamente un “Hogar de paso” destinado prioritariamente a familias migrantes con niños y a mujeres en condición de vulnerabilidad.

Frente a este escenario, es vital que las congregaciones e instituciones metodistas sumemos esfuerzos mediante campañas para juntar ropa (especialmente de invierno) para todas las edades, frazadas, alimentos y mobiliario, para poder incrementar las acciones y gestos de solidaridad de acuerdo con esta mayor demanda planteada por la presente situación.

Pero no sólo tenemos que atender la emergencia, también debemos gestar en nuestras comunidades e instituciones, y ayudar a gestar a nivel barrial y social, un clima de hospitalidad y una cultura de acogida, con el objetivo de prevenir el rechazo, el abuso, la violación de derechos, la exclusión y eventuales reacciones xenófobas. Lamentablemente, ya estamos viendo ejemplos del aprovechamiento de esta vulnerabilidad a nivel laboral y de vivienda, algunos, incluso, que llegan al grado de estafa.

Para recrear esa sociedad enriquecida por la migración, que está en las bases fundacionales de nuestra nación y de nuestra iglesia, se requiere sensibilidad y solidaridad ante al sufrimiento de los demás, se requiere hospitalidad, fraternidad, respeto y defensa de los derechos de todos y de todas. La tarea a la que nos convoca la Buena Nueva del reino de Dios es ser agentes de esa cultura solidaria, hospitalaria e inclusiva.

 

Raúl Sosa
Pastor de la iglesia Metodista Central

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