Ante el llamado a orar por los gobernantes
Las cristianas y cristianos oramos permanentemente porque es un mandato bíblico y porque es una maravillosa posibilidad de encuentro en amor y de comunión con Dios. Oramos con acción de gracias y con ruegos al Señor. Oramos por situaciones personales y por cuestiones que impactan en la sociedad en la que vivimos. La oración tiene múltiples formas, contenidos y momentos, pero siempre está llamada a ser un espacio de fidelidad y reconocimiento del amor y la cercanía de Dios.
¿Por qué, entonces, pienso que la Iglesia Metodista no debe participar en la convocatoria hecha por el Cardenal Sturla a reunirse el 2 de marzo en la Catedral para orar con motivo de la asunción del nuevo gobierno?
En primer lugar, porque entiendo que afecta a la laicidad, un valor muy preciado en nuestro país que garantiza la convivencia pacífica de las diversas corrientes de pensamiento y religiosas en la sociedad a la vez que viabiliza la libertad de pensamiento y de culto. Lamentablemente, en los últimos años, se ha podido ver cómo sectores que actualmente integran la Coalición de Gobierno, junto con algunos líderes de la Iglesia Católica y de iglesias evangélicas, han llevado a cabo acciones políticas y ceremonias religiosas que ignoran la sana separación de la Iglesia y el Estado, esencial en la laicidad. A modo de ejemplo, recordamos:
– Las misas en el día del Ejército celebradas en la Catedral con la presencia y participación activa de la plana mayor de las Fuerzas Armadas, quienes asistieron con sus uniformes y escudos que representan al Estado nacional.
– La reinauguración de una capilla católica en un hospital público que pertenece y es financiado por el Estado.
– Actos proselitistas durante la campaña electoral, previo a las elecciones internas, en templos y en el marco de celebraciones religiosas en algunas iglesias evangélicas.
– Financiación y utilización de la infraestructura eclesial en la campaña política como claramente vimos en la Iglesia Misión Vida.
Esta separación entre Iglesia y Estado presente en la laicidad no implica que no pueda haber puntualmente colaboración mutua. De hecho, como Iglesia Metodista hemos desarrollado convenios con el Estado, en su faceta de estructura de convivencia y de contención de los sectores más vulnerables, para llevar adelante acciones inclusivas de servicio solidario y de promoción de la dignidad humana en distintas zonas del país. Y lo hemos hecho con gobiernos de distinto signo político e ideológico. Esto, por cierto, no socava la laicidad, lo que sí la afecta es la conjunción de intereses y de acciones en el otro plano del Estado, el del poder político y de gobierno, presente de una u otra manera en los ejemplos mencionados.
Esta conjunción de intereses parece verse reforzada por el hecho de que también algunos sectores de la Coalición de Gobierno han apelado a un discurso, basado según ellos en los valores más profundos de la moral cristiana, para sostener posturas que vulneran los derechos humanos y para oponerse a lo que se ha denominado “nueva agenda de derechos”. Nuestra Iglesia Metodista tiene una larga y comprometida trayectoria, en fidelidad al evangelio, de defensa de los derechos humanos de todas y de todos. Por lo tanto, creo que se debe reprobar y evitar todo aquello que avale y sacralice, o que induzca a pensar que se avala y se legitima desde la fe, cualquier corriente de pensamiento o postura que violente los derechos de todas y de todos.
En segundo lugar, creo que no se debería participar en dicha convocatoria en la Catedral porque con dolor hemos visto a lo largo de toda la historia de la Iglesia cómo ella se ha separado de Dios y distorsionado el evangelio cuando de una u otra manera se ha aliado al poder. La Iglesia debe guardar esa distancia crítica con el poder, propia del rol profético que siempre está llamada a cumplir para beneficio, en este caso, del propio Gobierno y poder político, y de manera especial y preferencial para beneficio de los sin poder, vale decir, de los que más sufren, de los pobres y postergados.
Por último, considero que vivimos un tiempo en el que es necesario reforzar el diálogo y ser especialmente cuidadosos en no resquebrajar esos puentes sociales que evitan que la sociedad se agriete o se parta en visiones contrapuestas. En tal sentido, me parece inconveniente esta celebración en la Catedral porque la reciente celebración de una misa en la parroquia de la Aguada por la asunción del nuevo Parlamento, a la que únicamente asistieron algunos representantes de la Coalición, sumada al hecho de que no existen antecedentes de celebraciones religiosas de este tipo en otros períodos de gobierno, puede dar a entender que se jerarquiza una corriente político-ideológica por sobre otras.
Es cierto que la Biblia nos llama a orar por los gobernantes, tal como lo plantea 1 Timoteo 2:2.
“Ante todo recomiendo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias a Dios por todos. Se debe orar por los que gobiernan y por todas las autoridades, para que podamos gozar de una vida tranquila y pacífica, con toda piedad y dignidad.”
Y así lo haremos, con amor y fervor. Pero lo haremos desde “abajo”, con el pueblo sencillo de Dios, no desde el poder ni junto al poder. Lo haremos en la pluralidad de nuestras comunidades, donde seguramente están representadas las más diversas divisas políticas, y no en la jerarquización de una por sobre las demás por el simple hecho de ser gobierno. Lo haremos en el más estricto respeto de la laicidad, sin dar lugar a que nadie entienda que buscamos una predominancia de nuestra confesión de fe. Y lo haremos orando por todos, como es el sentido fundamental del texto bíblico arriba citado, para que todos podamos vivir en paz, con justicia, equidad y dignidad.
Raúl Sosa
Pastor de la Iglesia Metodista Central
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