La mujer enferma y la hija de Jairo

Querida comunidad:
El evangelio de hoy nos trae el relato de Jesús cruzando otra vez a la otra orilla del mar de Galilea en una barca, donde es interpelado por Jairo, un importante líder de la sinagoga. A pesar de su posición de prestigio, Jairo se postra ante Jesús, mostrando humildad y fe al reconocerlo como el Hijo de Dios.

En su camino hacia la casa de Jairo, Jesús es tocado por una mujer que había sufrido un flujo de sangre durante doce años. En una sociedad donde las mujeres eran marginadas, silenciadas y además consideradas impuras por cualquier tipo de sangrado, esta mujer cruzó barreras y desafió las normas sociales y la ley religiosa al acercarse a Jesús en busca de sanación.

Jesús también cruzó barreras al atender a esta mujer, tratándola con igualdad y compasión. La sanó físicamente, la reconoció como hija de Dios, y le devolvió su dignidad.

Luego, al resucitar a la hija de Jairo, Jesús cruzó la barrera de la incredulidad, demostrando su autoridad sobre la vida y la muerte.

El evangelio de hoy nos desafía a identificar y superar nuestras propias barreras emocionales, físicas, ideológicas, sociales y culturales. Nos invita a cruzar orillas, muros, barreras y a romper estereotipos, viviendo el mensaje inclusivo de la Gracia de Dios.

Como comunidad de fe, estamos llamados a ser el cuerpo de Cristo en nuestro tiempo, compartiendo su amor y compasión a toda criatura.

 


Marcos 5:21-43

21 Cuando Jesús regresó en la barca al otro lado del lago, se le reunió mucha gente, y él se quedó en la orilla. 22 En esto llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, que al ver a Jesús se echó a sus pies 23 y le rogó mucho, diciéndole:

—Mi hija se está muriendo; ven a poner tus manos sobre ella, para que sane y viva.

24 Jesús fue con él, y mucha gente lo acompañaba apretujándose a su alrededor. 25 Entre la multitud había una mujer que desde hacía doce años estaba enferma, con derrames de sangre. 26 Había sufrido mucho a manos de muchos médicos, y había gastado todo lo que tenía, sin que le hubiera servido de nada. Al contrario, iba de mal en peor. 27 Cuando oyó hablar de Jesús, esta mujer se le acercó por detrás, entre la gente, y le tocó la capa. 28 Porque pensaba: «Tan sólo con que llegue a tocar su capa, quedaré sana.» 29 Al momento, el derrame de sangre se detuvo, y sintió en el cuerpo que ya estaba curada de su enfermedad. 30 Jesús, dándose cuenta de que había salido poder de él, se volvió a mirar a la gente, y preguntó:

—¿Quién me ha tocado la ropa?

31 Sus discípulos le dijeron:

—Ves que la gente te oprime por todos lados, y preguntas “¿Quién me ha tocado?”

32 Pero Jesús seguía mirando a su alrededor, para ver quién lo había tocado. 33 Entonces la mujer, temblando de miedo y sabiendo lo que le había pasado, fue y se arrodilló delante de él, y le contó toda la verdad. 34 Jesús le dijo:

—Hija, por tu fe has sido sanada. Vete tranquila y curada ya de tu enfermedad.

35 Todavía estaba hablando Jesús, cuando llegaron unos de casa del jefe de la sinagoga a decirle al padre de la niña:

—Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestar más al Maestro?

36 Pero Jesús, sin hacer caso de ellos, le dijo al jefe de la sinagoga:

—No tengas miedo; cree solamente.

37 Y no dejó que lo acompañaran más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. 38 Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga y ver el alboroto y la gente que lloraba y gritaba, 39 entró y les dijo:

—¿Por qué hacen tanto ruido y lloran de esa manera? La niña no está muerta, sino dormida.

40 La gente se rió de Jesús, pero él los hizo salir a todos, y tomando al padre, a la madre y a los que lo acompañaban, entró a donde estaba la niña. 41 La tomó de la mano y le dijo:

—Talitá, cum (que significa: «Muchacha, a ti te digo, levántate»).

42 Al momento, la muchacha, que tenía doce años, se levantó y echó a andar. Y la gente se quedó muy admirada. 43 Pero Jesús ordenó severamente que no se lo contaran a nadie, y luego mandó que dieran de comer a la niña.

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