El niño Jesús en el Templo
Querida comunidad,
hoy reflexionamos sobre Lucas 2:41-52, el único pasaje que nos habla de un episodio concreto de la infancia de Jesús. En este relato lleno de humanidad, vemos a María y José buscando con angustia a su hijo perdido, hasta encontrarlo en el templo, dialogando con los maestros y revelando su relación única con Dios, a quien llama con cercanía: “mi Padre”.
El texto nos invita a contemplar el crecimiento integral de Jesús:
El niño crecía y se fortalecía, se llenaba de sabiduría, y la gracia de Dios era sobre él
(Lc 2:40).
Pero, ¿qué es la gracia?
Leonardo Boff describe la gracia como una experiencia viva de Dios, cuyo amor y simpatía hacia la humanidad son tan fuertes que lo llevan a entregarse plenamente por ella. Al mismo tiempo, es la capacidad del ser humano para dejarse amar por Dios, abriendo el corazón a su presencia transformadora.
La gracia es una relación profunda que nos renueva desde dentro, haciéndonos partícipes de Su amor y compasión.
En palabras de Juan Wesley, la gracia divina actúa en tres dimensiones esenciales: nos antecede en su amor, buscándonos incluso antes de que la busquemos (gracia preveniente); nos reconcilia con Dios, perdonando nuestros pecados y restaurando nuestra relación con Él (gracia justificadora); y nos transforma continuamente, renovándonos a la imagen de Cristo y capacitándonos para vivir en amor y servicio (gracia santificadora).
Podemos imaginar esta gracia como el motor de un tren: una energía poderosa y constante que nos impulsa hacia el encuentro con Dios y hacia una vida plena, abundante y orientada al amor, la justicia y el servicio a los demás.
En este tiempo de Navidad, dejémonos envolver por la gracia de Dios, permitiendo que transforme nuestra manera de pensar, cuidar, amar y servir. Sigamos el ejemplo de Jesús, creciendo en sabiduría y plenitud, para ser reflejo de Su luz en el mundo.
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