La transfiguración de Jesús

El evangelio de hoy, Lucas 9:28-36, nos relata la transfiguración de Jesús, un acontecimiento que reveló su gloria divina ante Pedro, Juan y Santiago. Este pasaje se sitúa en un contexto histórico de crisis: el Evangelio de Lucas fue escrito entre los años 80 y 90 d.C., en un tiempo en que la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C. había dejado profundas heridas en las comunidades judías y cristianas. En medio de persecuciones y conflictos, la comunidad cristiana, formada en su mayoría por gentiles, afirmaba su identidad y su fe en Cristo.

La transfiguración fue una confirmación de que Jesús es el cumplimiento de la Ley (representada por Moisés) y los Profetas (representados por Elías). La voz de Dios proclama: Este es mi Hijo amado; escúchenlo, un llamado a la fe y a la fidelidad en tiempos de dificultad. Para los primeros cristianos, este relato era un mensaje de esperanza: la luz de Cristo sigue brillando en medio de la oscuridad de la opresión y la persecución.

Hoy, la transfiguración sigue hablándonos. Vivimos en una sociedad que con frecuencia nos aparta de lo esencial, nos distrae con superficialidad y nos desconecta de lo trascendente. Hemos avanzado en conocimiento y progreso, pero estos por sí solos no llenan el vacío del corazón humano. La fe y la razón no son opuestas, pero cuando la autosuficiencia humana nos hace olvidar a Dios, nos cerramos al Misterio.

Jesús nos invita a abrirnos a Dios, a reconocer su amor que nos sostiene y nos llama a vivir como hermanos y hermanas. En un mundo que muchas veces se siente huérfano de lo divino, el Evangelio nos recuerda que la voz de Dios sigue resonando: «Este es mi Hijo… escúchenlo». Que por medio del Espíritu Santo podamos escuchar y dejarnos transfigurar por su amor.

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