El mandamiento más importante

Querida comunidad:
En el evangelio de hoy, Jesús responde a un escriba que, con sinceridad, le pregunta cuál es el mandamiento más importante. Jesús le cita la Shemá, el mandamiento de amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas, y añade la importancia de amar al prójimo como a uno mismo.

Jesús resalta que ambos mandamientos son inseparables y superiores a los rituales religiosos. Al escuchar esta respuesta, el escriba reconoce la profundidad de la enseñanza y comprende que el amor a Dios y al prójimo trasciende los sacrificios y las prácticas rituales. El amor va más allá de la mera obediencia a la ley; es una relación genuina y comprometida que abarca el corazón, la mente y la vida entera.

A lo largo de la historia, grandes filósofos, teólogos y científicos han intentado definir el amor. Existen numerosos escritos y reflexiones sobre el tema, y se ha clasificado en distintos tipos, como el amor eros (romántico), filia (amistad) y ágape (amor incondicional).

Quizás los niños, con su sencillez y pureza, son quienes mejor nos enseñan lo que es el amor en la vida cotidiana. Para ellos, el amor es el abrazo cálido de sus seres queridos, la sonrisa tierna y el cuidado de la abuela, las tortas fritas hechas con amor por el abuelo, la caricia suave de un perro fiel o la paciencia de una maestra que siempre está dispuesta a enseñar. Es sentirse cuidado y respetado; es ese abrazo de mamá y papá incluso después de una travesura.

El amor es un don de Dios; en especial, el amor ágape, que es el amor desinteresado y sacrificado, aquel que da sin esperar nada a cambio. Este amor fue manifestado en su máxima expresión por Jesús, quien entregó su vida por amor a la humanidad.

Como cristianos, estamos llamados a vivir este amor, que es gratuito, generoso y universal, y que debe orientar todas nuestras decisiones y comportamientos. Amar a Dios y al prójimo es, por tanto, la exigencia ética fundamental en el camino del seguimiento a Cristo, es la respuesta vital al don del Espíritu Santo, que nos impulsa a vivir según ese mismo Espíritu (Gálatas 5:25): un amor verdadero, desinteresado y sincero, un amor que se regala sin esperar nada a cambio y que siempre encuentra la puerta abierta hacia el perdón.

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